Muli Buanji a todos.
Llevo más de un mes en Chezi
y parece que fue ayer cuando llegué. Por más que intente detenerlo el
tiempo corre y ya me da miedo pensar en dejar este sitio que ya siento como mi
casa.
Estas últimas tres semanas han sido vacaciones para los
niños, por lo que he dedicado todo este tiempo a entretenerlos durante todo el
día en la misión. Puede resultar agotador ocuparte de tantos niños todo el día, dar clases o
simplemente sacar del baúl de los recuerdos viejos juegos para entretenerlos,
pero simplemente ver lo feliz que les estás haciendo lo cura todo. Es una
sensación impagable que te anima a seguir cada día. Muchas veces esto es duro,
llegas cansado y te encuentras que no tienes las necesidades básicas y eso
puede desmoralizar, pero yo, como todo el mundo aquí en Malawi, busco siempre
alguna razón para seguir adelante y sonreír, y la mía son los niños. Te hacen
ver que son felices gracias a ti, y eso es impagable.
Hemos tenido el
programa Sunrise, donde unos 250 ancianos vienen a la misión, se les da de
comer, y se les regala sacos de harina de maíz y esta vez un paraguas a cada
uno. Fue impresionante ver cómo personas tan mayores, débiles y malnutridos
fueron poco a poco animándose para hacer de aquello una fiesta donde te agradecen
infinitamente la ayuda, con una sinceridad que te llega al alma.
Me siento totalmente
acoplado a un país que me ha acogido con los brazos abiertos. Comienzo a
entender la cultura, filosofía de vida o lengua de Malawi. Me he esforzado en
conocer los poblados y sus gentes que me enseñan lo que es el verdadero Malawi,
donde la gente se muere de hambre literalmente y te acoge como si fueras uno
más de su familia. Juego con el equipo de fútbol de aquí, que por si fuera poco
me permite defender los colores que amo desde pequeño. He viajado por Malawi,
donde he conocido un tremendo contraste entre belleza y pobreza y me he
empapado de de una cultura tradicional que cada día siento más mía y que me
hace pensar que el gran valor de Malawi es el valor humano. Hay una tremenda
humanidad.
Si las misas ya de
por sí eran espectaculares, en Semana Santa ya han sido para no cerrar los
ojos. Hemos tenido procesiones, misas al aire libre, de noche o dentro de la
Iglesia, cada una más espectacular que la otra. Largas, eso es innegable, pero
entretenidas hasta hacer que las horas pasen volando. Las niñas vestidas con
trajes para la ocasión bailan mientras todo el mundo baila y canta, las mujeres
con el tradicional Tumgululu, un grito tradicional africano. Hay ofrendas impresionantes,
como cabras, y en algunos momentos quise participar tanto que acabé bailando en
el altar con los demás.
El país está en un
momento de inestabilidad política que viene de lejos. Cuando las primeras
revueltas comenzaron en la calle, murió el presidente. Tras la muerte hubo unos
días de calma tensa que no sabía en qué iba a desembocar pero que por suerte
parece que no irá a más. El país no tiene gasolina, por lo que cientos de
coches hacen noche en las gasolineras esperando la llegada de petróleo. La luz
se va más que nunca e internet es un lujo de tiempos pasados, pero esto son
cosas sin importancia, poco a poco comienzo a entender el verdadero valor de
las cosas. Como me dijo una sister aquí las penas son más penas, pero las
alegrías son más alegrías.
Durante unos días fui con Javier y María, voluntarios en
Área 49, al Lago Malawi a desconectar un poco de todo. Es impresionante y
pasamos unos días inolvidables. Sientes que estás descubriendo un paraíso
secreto olvidado. Al volver tuve esa sensación que tienes al volver a casa.
Desde lejos, empiezas a escuchar cómo tantos niños te llaman y se alegran de
volver a verte y sientes que realmente eres importante para ellos. Hace poco me
han vuelto a visitar pero porque María está enferma, espero que no sea nada.
Sigo aprendiendo día a día. Es mucho más lo que estoy
aprendiendo yo de ellos que ellos de mí. Ellos no tienen nada, ni comida, ni
electricidad, ni agua y en muchísimos casos ni siquiera familia. Aún así
siempre sonríen. Nos enseñan que siempre hay una razón para sonreír aun cuando
parezca que no sólo hay que buscarla. Y si ellos la encuentran imagina los que
vivimos en el Primer Mundo. Buscando una palabra que los definiera pensé en
Dichoso, no tienen nada, pero son felices y eso les basta. Yo aquí cada día soy
más dichoso.
Hace poco leí lo que dijo un famoso explorador cuando llegó
a Malawi y creo que es algo que cada día me enseñan en Chezi: “ Cuando aprendas a reír y a llorar con la
alegría y la pena ajena, sólo entonces puedes llamarte hombre”.
Zikomo Kwambiri. Pablo.
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