miércoles, 11 de julio de 2012

Diarios de Bicicleta.




Entre lo bohemio y la melancolía paso mis últimos días en la misión. No paro de pensar, de reflexionar, de analizar y de mirar atrás. Es demasiado todo lo vivido en tan poco tiempo para  decir tan sólo adiós. Por eso cada día me escapo de la mano de mi nueva compañera, la bicicleta. Me escapo solo. Me escapo a pensar. Me escapo a poblados remotos en lo más profundo de carriles que no llevan a ningún lado. Me escapo a altas montañas donde no existen las  vallas, donde se respira libertad y se oye el infinito. Veo todas esas puestas de Sol que me he perdido inexplicablemente en este tiempo. Ves el silencio. Desde lo más alto de la montaña más alta de Chezi se ve la inmensidad. Se ve el Lago, mil colinas y millones de poblados. Se ve un Sol nuevo, diferente. Sientes el aire fresco de un invierno que seca el paisaje. Notas la soledad, esa soledad que a veces se necesita. Te sientas y todo cobra sentido. No sabes por qué, pero todos esos pensamientos, esa melancolía, ese no saber ni qué sentir, cobra sentido.

Al volver paso las horas hablando con Father Johannes, aquel padre blanco tan anciano como sabio y con un corazon inmenso. Vuela el tiempo hablando de todo mientras me siento orgulloso de tener el honor de haber conocido a una persona asi, sin ninguna duda, la mas sabia que jamas conocere.

En una de esas escapadas aproveché la visita de Javi y su afición al ciclismo para regresar a Lovimbi, un colegio en condiciones precarias del que hablé al principio del Blog. Tenía que visitarlos para darles algunos regalos, y pedirles unos dibujos que me encargaron Active África. Salimos a primera hora por la carretera. El colegio, como siempre, impresionante. Es tan pobre como bonito. Se sitúa en lo alto de una montaña, con el campo de fútbol a los pies y los pequeños poblados rodeándolos. Pedimos información para futuras ayudas y nos volvimos recorriendo esos poblados tan auténticos.  Otras veces salimos antes de las 6 de la mañana para subirnos a ver amanecer y desayunar en lo alto de la montaña, un espectáculo que no tiene precio.

Desde aquella lejanía vi un lugar, y supe que era mi lugar. 

Bajo la montaña más alta, un peñón de roca blanca se asomaba al abismo. Pensé que desde allí la vista sería espectacular, pero no sabía llegar. Por lo que una tarde salí decidido a buscarlo. Tardé bastante en dar con la zona, pero mucho más en llegar a aquellas rocas tan inaccesibles. No deben ser muchos los que llegasen hasta allí. Dejé la bicicleta en lo bajo de la montaña y comencé a hacerme paso entre la maleza para intentar llegar a aquél peñón. Dicen que cuanto más duro es el camino mayor es la recompensa que te espera al final de él. Y esta vez fue así. Tras más de una hora atravesando vegetación virgen, allí estaba. Me senté y durante mucho tiempo me quedé allí solo. Viendo el silencio, oyendo el infinito, respirando la libertad, parando el tiempo. Supe que aquél era mi rincón. Ordené  mis pensamientos y aprendí a darle un punto y aparte a esta aventura. 

Ahora sé que vuelvo a mi lugar, pero una parte de mí siempre quedará en  Malawi, siempre quedará en aquel rincón.



Esta foto la hizo Javi desde la mision donde se me veia a lo lejos.




Amayis llevando la Chimanga ( maiz)


Sistemas rusticos para medir la lluvia y el viento.




 Rivalidad sin fronteras.




Vista de un poblado desde arriba.




 Father Johannes.

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