Aquí
está de vuelta. El único, el auténtico,
el genuino Anderson Chapotera. Para quienes no sepan de quién les hablo les
pongo el enlace de la primera parte, cuando el destino quiso que encontrase a
un niño por todo un país sabiendo tan sólo su nombre.
Al
amigo de mi padre le hizo tanta ilusión el primer encuentro, que no dudó en
mandarme algunos recados para el bueno de Anderson y que volviese con más y
mejores regalos. Y vaya si ha tenido
suerte. Hoy, además de ser con total seguridad el niño más feliz de Malawi,
puede que sea uno de los que más cosas tiene.
Tardé varias semanas en recopilar un par de
cajas de regalos donde mezclé caprichos para un niño de su edad, su afición al
fútbol, cosas necesarias en este país y montones de libros para su educación,
ya que en Malawi eso significa en un futuro trabajo y buena vida.
Además tenía un problema añadido. Cómo llegar
hasta donde él vivía. Ya expliqué que la primera vez llegué de “ casualidad”,
pero ahora no tenía forma de llegar a Mulale, el poblado cercano a la misión de
Mlale Hospital. Este hospital debe ser, casi con toda seguridad, el hospital
peor situado estratégicamente de la historia. Está situado en medio de la nada
donde la electricidad no llega y por carriles tercermundistas. Pero entonces
apareció un personaje enigmático que dio un toque surrealista a esta historia
que antes de empezar ya imaginaba que sería ( tienda donde venden quesos, va
por ti papá) tan extraña como inolvidable.
César es un hombre de 47 años y espíritu de
20. Trabaja cerca del hospital de Mlale en un proyecto medioambiental. Es de
Nicaragua y sabía que tenía vehículo, por lo que sólo tenía que quedar con él
en LLW y volverme con él. Era fácil. Aquí nunca nada es tan fácil. Me imaginaba
que me recogería sobre las 3 en coche y nos iríamos. Lo que no me imaginaba era
que me recogería a las 7. Tampoco me podía imaginar que me recogería en moto.
Pero lo que ni se me pasó por la cabeza es que quisiera enseñarme la noche
malawiana mediante todos los bares que nos cruzásemos en la carretera. Fuimos
de más nivel hasta lo más bajo hasta un total de 8 bares. Ahí sí que nunca
habían entrado azungus y de verdad que fue una experiencia inolvidable, el
VERDADERO MALAWI. Así continuamos por esa fría carretera sin luces parando donde
sonase música. Lo que ni en mis sueños pensé es que acabaría llegando a las
tantas a Mlale para tomarnos la última cerveza en un lugar donde las estrellas
son tantas y tan grandes que parece que las podías tocar.
A
la mañana siguiente , como cada día, me desperté a una hora intempestiva que hace
unos meses no sabía ni que existía y ya estaba Anderson esperándome fuera de la
casa. Comencé a darle los regalos y la alegría se desbordó. Comenzó a saltar,
gritar, abrazarme… incluso la madre se puso a llorar de alegría. Botas de
fútbol, balón, Juguetes, Libros de lectura, cuadernos, lápices, camiseta de
fútbol, ropa, mi sudadera del Sevilla, dulces, dinero….y así hasta medio
centenar de regalos que hicieron de Anderson el niño más feliz de Malawi, y a
mí uno de los más afortunados al ayudar a conseguirlo. Por todo ello doy las
gracias de todo corazón por dejarme vivir esta historia que hoy escribe su
penúltimo capítulo al amigo de mi padre. Gracias Juan.
Como
cerrar esta historia. Sólo es
un niño en un país de millones de niños, pero parece que el destino me esperaba
una vez más con una sonrisa en África.
Pd: Hoy por fin y después de meses de intentos me ha salido
lo de ¡ Luz, vuelve! Y justo vuelve. Sí, me siento poderoso.
Pd2: Al escribir este post ha habido un grave accidente
fuera de la misión y están llevándolo al hospital de aquí. Siento decir que se
veía venir.
Antes de nada, la foto de rigor con la centenaria.
Un regalo personal.
César, mi compañero de viaje en esta aventura.
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