jueves, 24 de mayo de 2012

Buscando a Anderson Chapotera. II Parte.


Aquí está  de vuelta. El único, el auténtico, el genuino Anderson Chapotera. Para quienes no sepan de quién les hablo les pongo el enlace de la primera parte, cuando el destino quiso que encontrase a un niño por todo un país sabiendo tan sólo su nombre.

ANDERSON. I PARTE.

Al amigo de mi padre le hizo tanta ilusión el primer encuentro, que no dudó en mandarme algunos recados para el bueno de Anderson y que volviese con más y mejores regalos.  Y vaya si ha tenido suerte. Hoy, además de ser con total seguridad el niño más feliz de Malawi, puede que sea uno de los que más cosas tiene.

 Tardé varias semanas en recopilar un par de cajas de regalos donde mezclé caprichos para un niño de su edad, su afición al fútbol, cosas necesarias en este país y montones de libros para su educación, ya que en Malawi eso significa en un futuro trabajo y buena vida.

 Además tenía un problema añadido. Cómo llegar hasta donde él vivía. Ya expliqué que la primera vez llegué de “ casualidad”, pero ahora no tenía forma de llegar a Mulale, el poblado cercano a la misión de Mlale Hospital. Este hospital debe ser, casi con toda seguridad, el hospital peor situado estratégicamente de la historia. Está situado en medio de la nada donde la electricidad no llega y por carriles tercermundistas. Pero entonces apareció un personaje enigmático que dio un toque surrealista a esta historia que antes de empezar ya imaginaba que sería ( tienda donde venden quesos, va por ti papá) tan extraña como inolvidable.

 César es un hombre de 47 años y espíritu de 20. Trabaja cerca del hospital de Mlale en un proyecto medioambiental. Es de Nicaragua y sabía que tenía vehículo, por lo que sólo tenía que quedar con él en LLW y volverme con él. Era fácil. Aquí nunca nada es tan fácil. Me imaginaba que me recogería sobre las 3 en coche y nos iríamos. Lo que no me imaginaba era que me recogería a las 7. Tampoco me podía imaginar que me recogería en moto. Pero lo que ni se me pasó por la cabeza es que quisiera enseñarme la noche malawiana mediante todos los bares que nos cruzásemos en la carretera. Fuimos de más nivel hasta lo más bajo hasta un total de 8 bares. Ahí sí que nunca habían entrado azungus y de verdad que fue una experiencia inolvidable, el VERDADERO MALAWI. Así continuamos por esa fría carretera sin luces parando donde sonase música. Lo que ni en mis sueños pensé es que acabaría llegando a las tantas a Mlale para tomarnos la última cerveza en un lugar donde las estrellas son tantas y tan grandes que parece que las podías tocar.

A la mañana siguiente , como cada día, me desperté a una hora intempestiva que hace unos meses no sabía ni que existía y ya estaba Anderson esperándome fuera de la casa. Comencé a darle los regalos y la alegría se desbordó. Comenzó a saltar, gritar, abrazarme… incluso la madre se puso a llorar de alegría. Botas de fútbol, balón, Juguetes, Libros de lectura, cuadernos, lápices, camiseta de fútbol, ropa, mi sudadera del Sevilla, dulces, dinero….y así hasta medio centenar de regalos que hicieron de Anderson el niño más feliz de Malawi, y a mí uno de los más afortunados al ayudar a conseguirlo. Por todo ello doy las gracias de todo corazón por dejarme vivir esta historia que hoy escribe su penúltimo capítulo al amigo de mi padre. Gracias Juan.

Como cerrar esta historia. Sólo es un niño en un país de millones de niños, pero parece que el destino me esperaba una vez más con una sonrisa en África.


Pd: Hoy por fin y después de meses de intentos me ha salido lo de ¡ Luz, vuelve! Y justo vuelve. Sí, me siento poderoso.

Pd2: Al escribir este post ha habido un grave accidente fuera de la misión y están llevándolo al hospital de aquí. Siento decir que se veía venir.


                                       Antes de nada, la foto de rigor con la centenaria.




                                                             Un regalo personal.


                                            César, mi compañero de viaje en esta aventura.

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