domingo, 24 de junio de 2012

El verdadero valor de las cosas.


Aquí hay un proverbio que viene a decir algo como que el hombre blanco sabe mucho de muchas cosas, pero que ha olvidado las más importantes. Y en este tiempo he aprendido que es verdad. Creo que hemos olvidado el verdadero valor de las cosas. El valor de las pequeñas cosas. El valor humano. El valor de una palabra, de una mirada, de un apretón de manos, de un abrazo, de una sonrisa. El valor de dar lo poco que tienes. El valor de no olvidar de dónde venimos, y a dónde vamos. El valor de reír con las penas y llorar con las alegrías. El valor de acoger al extraño y tratarle como a uno más. El valor de ser feliz, aunque la vida se empeñe en lo contrario. Por eso creo que la gente de aquí es mucho más sabia que nosotros. Ellos no lo han olvidado y cada día me lo demuestran. Ellos te acogen y te dan todo de lo poco que tienen. Ellos no tienen nada más que el valor humano, y eso les basta. Ellos no son ricos, pero son felices. Espero que algún recordemos todo esto y aprendamos de ellos una lección que no debe olvidarse.

Entre pensamientos seguí caminando durante tantas horas como kilómetros por todos los poblados que rodean el área de Chezi. Como quién quiere grabar en su retina un lugar al que ha sentido como suyo, me paré en cada poblado y aprendía una forma de vida tan cercana a el centro y a la vez tan diferente. Volvía a estar en el verdadero Malawi del que ya hablé. Siempre digo que el centro es un oasis en medio de tanta pobreza. En estos poblados las casas están hechas por ellos mismos con adobe y paja. Viven sin luz y el agua tienen que ir a sacarla al pozo más cercano a kilómetros de allí. No tienen más que la ropa que llevan puestas y algo de maíz plantado que les da de comer. Me senté con ellos y hablé. Me enseñaron su forma de sobrevivir en situaciones extremas. Me han acogido y dado todo lo poco que tenían.

He podido conocer la cultura ancestral malawiana a través del Gule wan kulu. Un grupo secreto de personas disfrazadas que bailan evocando a espíritus. A quienes no me han dejado hacerles fotos pero dejo alguna para que veías qué son. Muchísimos niños y algunos no tan niños estaban realmente atemorizados ante estos personajes.

Tras atravesar un gran número de pequeños poblados y un río, volví a Chezi con la lección aprendida. Espero no volver a olvidarla.









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