sábado, 14 de abril de 2012

1 MES ( Helping Malawi)

Muli Buanji a todos.

Llevo más de un mes en Chezi  y parece que fue ayer cuando llegué. Por más que intente detenerlo el tiempo corre y ya me da miedo pensar en dejar este sitio que ya siento como mi casa.

Estas últimas tres semanas han sido vacaciones para los niños, por lo que he dedicado todo este tiempo a entretenerlos durante todo el día en la misión. Puede resultar agotador ocuparte de  tantos niños todo el día, dar clases o simplemente sacar del baúl de los recuerdos viejos juegos para entretenerlos, pero simplemente ver lo feliz que les estás haciendo lo cura todo. Es una sensación impagable que te anima a seguir cada día. Muchas veces esto es duro, llegas cansado y te encuentras que no tienes las necesidades básicas y eso puede desmoralizar, pero yo, como todo el mundo aquí en Malawi, busco siempre alguna razón para seguir adelante y sonreír, y la mía son los niños. Te hacen ver que son felices gracias a ti, y eso es impagable.

 Hemos tenido el programa Sunrise, donde unos 250 ancianos vienen a la misión, se les da de comer, y se les regala sacos de harina de maíz y esta vez un paraguas a cada uno. Fue impresionante ver cómo personas tan mayores, débiles y malnutridos fueron poco a poco animándose para hacer de aquello una fiesta donde te agradecen infinitamente la ayuda, con una sinceridad que te llega al  alma.

 Me siento totalmente acoplado a un país que me ha acogido con los brazos abiertos. Comienzo a entender la cultura, filosofía de vida o lengua de Malawi. Me he esforzado en conocer los poblados y sus gentes que me enseñan lo que es el verdadero Malawi, donde la gente se muere de hambre literalmente y te acoge como si fueras uno más de su familia. Juego con el equipo de fútbol de aquí, que por si fuera poco me permite defender los colores que amo desde pequeño. He viajado por Malawi, donde he conocido un tremendo contraste entre belleza y pobreza y me he empapado de de una cultura tradicional que cada día siento más mía y que me hace pensar que el gran valor de Malawi es el valor humano. Hay una tremenda humanidad.

 Si las misas ya de por sí eran espectaculares, en Semana Santa ya han sido para no cerrar los ojos. Hemos tenido procesiones, misas al aire libre, de noche o dentro de la Iglesia, cada una más espectacular que la otra. Largas, eso es innegable, pero entretenidas hasta hacer que las horas pasen volando. Las niñas vestidas con trajes para la ocasión bailan mientras todo el mundo baila y canta, las mujeres con el tradicional Tumgululu, un grito tradicional africano. Hay ofrendas impresionantes, como cabras, y en algunos momentos quise participar tanto que acabé bailando en el altar con los demás.

 El país está en un momento de inestabilidad política que viene de lejos. Cuando las primeras revueltas comenzaron en la calle, murió el presidente. Tras la muerte hubo unos días de calma tensa que no sabía en qué iba a desembocar pero que por suerte parece que no irá a más. El país no tiene gasolina, por lo que cientos de coches hacen noche en las gasolineras esperando la llegada de petróleo. La luz se va más que nunca e internet es un lujo de tiempos pasados, pero esto son cosas sin importancia, poco a poco comienzo a entender el verdadero valor de las cosas. Como me dijo una sister aquí las penas son más penas, pero las alegrías son más alegrías.

Durante unos días fui con Javier y María, voluntarios en Área 49, al Lago Malawi a desconectar un poco de todo. Es impresionante y pasamos unos días inolvidables. Sientes que estás descubriendo un paraíso secreto olvidado. Al volver tuve esa sensación que tienes al volver a casa. Desde lejos, empiezas a escuchar cómo tantos niños te llaman y se alegran de volver a verte y sientes que realmente eres importante para ellos. Hace poco me han vuelto a visitar pero porque María está enferma, espero que no sea nada.

Sigo aprendiendo día a día. Es mucho más lo que estoy aprendiendo yo de ellos que ellos de mí. Ellos no tienen nada, ni comida, ni electricidad, ni agua y en muchísimos casos ni siquiera familia. Aún así siempre sonríen. Nos enseñan que siempre hay una razón para sonreír aun cuando parezca que no sólo hay que buscarla. Y si ellos la encuentran imagina los que vivimos en el Primer Mundo. Buscando una palabra que los definiera pensé en Dichoso, no tienen nada, pero son felices y eso les basta. Yo aquí cada día soy más dichoso.

Hace poco leí lo que dijo un famoso explorador cuando llegó a Malawi y creo que es algo que cada día me enseñan en Chezi: “ Cuando aprendas a reír y a llorar con la alegría y la pena ajena, sólo entonces puedes llamarte hombre”.

Zikomo Kwambiri. Pablo.

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